Hay gritos en Instagram

Por Rosana Decima
@ro_ddz

Son personas que se quieren ver hermosas. Se quieren ver lindas. Se quieren ver delgadas. Quieren que las quieran, pero sienten que nadie las entiende. Gritan en silencio, y siguen queriendo ser más delgadas. Porque no quieren estar gordas, así se sienten, a pesar de que cualquiera nota sus piernas flacas en extremo y les ve los huesos puntiagudos que les marcan la piel.

Son personas que se quieren ver hermosas. Pero no pueden evitar esa imagen que la realidad les tira en la cara: con el brazo en el borde de un water, con vómito hasta en el pelo, la nariz sangrando y el cuerpo que les duele. No pueden evitar, mientras siguen gritando en silencio, terminar con los dedos lastimados de tanto provocar la salida de esa comida que fue parte de un nuevo atracón.

Son personas que se quieren ver hermosas, pero se ven horribles, se ven con más kilos de los que quieren. Siguen gritando, algunas pocas veces en voz alta, ante gente que parece no entenderlas, otras tantas veces en silencio.

Tienen trastornos alimenticios, como la bulimia y la anorexia, que afectan en su mayoría a las adolescentes mujeres. Pero también hay varones, aunque si hablamos de números, los datos indican que de cada 10 casos, nueve son mujeres.

Las redes sociales, esa herramienta que puede ser tan bien y tan mal utilizada, se terminan convirtiendo en una especie de megáfono, especialmente en este caso. Y de arma de doble filo. Y en varias cosas más.

Porque estas personas, que no están nunca lo suficientemente delgadas y hermosas para sus deseos, suben sus fotos y cuentan con detalles lo que les pasó en el día. Y es ahí, cuando sus seguidores hacen comentarios o le ponen un corazón en Instagram, que sienten que, sea como sea, hay alguien del otro lado. Hay alguien mirándolos, alguien los sigue, alguien les presta atención. Pero tal vez es más que eso. Tal vez va más allá de la sensación que genera el ver cuántos me gusta tuvo una foto, como a la mayoría le puede pasar.

Ellos encuentran en Instagram algo de lo que tanto necesitan: que constantemente les digan que no está para nada gordo, que sale bella en la foto en la que se describe como un cerdo o que los feliciten por haber comido una porción no tan chica ese mediodía.

Hay chicas y chicos de todas partes del mundo que con el hashtag #recovery cuentan cómo va su recuperación.

Camila, por ejemplo, es chilena y tiene 21 años. Su pelo es marrón oscuro, con rulos, y sus ojos son grandes. En junio de 2015 se hizo una cuenta en Instagram y en su primera publicación se presenta: «Hola, soy Camila y creé esta cuenta para mostrar el día a día de la recuperación de mi desorden alimenticio ».

Actualmente lleva publicadas más de 700 fotos y tiene casi mil seguidores. En muchas ocasiones transcribe conversaciones que mantiene con su psiquiatra, psicóloga o familiares, y niega estar enferma. Se describe como un cerdo cuando muestra fotos de algunas comidas que ingiere y cuenta que luego se fuerza a vomitar. Confiesa que no pudo evitarlo.

Escribe sobre los remedios que le recetan, sobre una madre que no la entiende y sobre la época en que pesaba 71 kilos. Luego bajó a 49,700, pasó por los 47 y ahora está en los 45 kilos. Pero no le alcanza y quiere bajar más. Porque se sigue refiriendo a ella misma como una vaca, aunque sus fotos las muestren casi piel y hueso.

Camila tiene la fortaleza de mostrar lo duro que es vivir lo que vive. Explica, sabiendo que muchos no entienden, que está harta de esos demonios que no la dejan ser feliz. Quiere sentirse libre pero, como ella dice, es presa de su propia mente. Una mente que le dice gorda, que le dice fea, que le dice mala hija, que le dice perdedora. Pero, en el fondo, ella sabe que no es así: en algunas publicaciones lo deja ver, cuando dice, por ejemplo, que esta enfermedad no la va a vencer. Camila sigue gritando, pidiendo ayuda, de forma silenciosa y virtual.

Algo parecido le pasa a Robert, un chico de 18 años que vive en Estados Unidos. En su presentación se lee «boys can have eating disorders» (los varones también pueden tener desórdenes alimenticios). Se describe como una persona positiva y a través de los posteos, que realiza casi a diario, comparte fotos de sus comidas.

Es familiero, se muestra agradecido de tener una madre que le cocina y una novia que lo acompaña en la recuperación. «Maratón de películas. Otra razón para recuperarme, disfrutar tiempo con mis amigos», dice en otra de sus publicaciones.

Robert, que tiene más de 900 posteos, es seguido por casi 3000 personas, a las que les habla como a un amigo más: «Aprecio todo lo que han venido haciendo por mí, no estaría aquí mejorando si no fuera ustedes».

En uno de sus posteos, por ejemplo, muestra una bandeja con muffins y cuenta que la última vez que hicieron no comió ni uno porque no sabía cuántas calorías tenían:  «pero esta vez me voy a desafiar a comer uno, el desorden alimenticio no va a mandar en mi vida», cuenta.

Aunque es bastante positivo, también cuenta sus malos días. Y cuando sus seguidores le comentan él responde que: «saber que les importa y que soy apoyado hace esto mucho más fácil». Robert dice que está allí, con su cuenta, «no solo por mi desorden alimenticio, sino por todos aquellos que se han sentido raros por tenerlo, ya que nuestra sociedad lo ve como un problema solamente de chicas. Yo soy la prueba de que esto puede afectar a cualquiera, pero la recuperación es posible.»
Julia Alderete, psicóloga de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (Aluba), explica que: «el tema de las redes sociales hoy por hoy nos abarca a todos» y se genera «una exposición constante de nuestro día a día, creando una especie de ´oferta y demanda´ entre el que expone y el que observa.»

 Y las personas con una patología alimentaria no quedan al margen de esta situación: «Es para ellos una manera de mostrarse y de encontrar algún tipo de ´beneficio´ para la patología», señala la experta.

Alderete destaca que «muchas veces, cuando las redes sociales se utilizan con el fin de mostrar los ´logros´ patológicos, como cuando se muestra o habla de cortes en el cuerpo, vómitos, un atracón, una restricción o baja de peso», lo que termina sucediendo es que se «retroalimenta la patología, haciendo que ésta se vuelva más fuerte.»

Esto puede pasar por varias razones, y una de ellas es que «varios de los comentarios o demostraciones de interés sobre ese tipo de publicaciones hacen que se persista en la búsqueda de un ´cuerpo ideal´. Algo inalcanzable, ya que nunca les es suficiente los kilos que pierdan, siempre quieren menos al costo que sea. Al costo de su salud, al costo de sus vidas», advierte la psicóloga.

Y agrega que estos trastornos alimenticios «muchas veces pasan desapercibidos para la familia o el entorno, ya que no es fácil darse cuenta o tomar conciencia de dicha situación.»

También señala que: «en algunos casos estas personas con patología alimentaria mantienen un vínculo virtual con otros que padecen la misma enfermedad» y que «quizás en busca de llenar un vacío interno» lo hacen «a través de una competencia insana, motivando el autocastigo, el autoflagelo, llegando a límites impensados. Llegando al límite entre la vida y la muerte.»

Para Alderete este tipo de exposición en redes sociales no es terapéutico, pero sí es un pedido de ayuda: «Es un gran pedido de ayuda, ya que las redes sociales nos mantienen en contacto y compartiendo cosas con gente que tenemos en común, quienes pueden actuar para brindar esa ayuda solicitada, aún de manera inconsciente. Porque la conciencia de enfermedad, en esos casos de exposición, no está presente y el pedido de ayuda tampoco.»

Hay una cuenta de Instagram de una chica con anorexia que escribe en inglés y que tiene más de 1.200 publicaciones. Pero esta joven no dice su nombre, ni su edad, ni el lugar en el que vive. La mayoría de las fotos son de comida, y en unas pocas se muestra a ella misma. Con una frase publicada hace unas semanas explica por qué prefiere postear hermosos platos de comida en lugar de otro tipo de imágenes. Sus fotos son lindas, pero sus palabras no dejan de doler. Y de pedir ayuda.

Dice esta joven, sin nombre y con casi 10 mil seguidores: «Podría escribir miles de cosas sobre desórdenes alimenticios. Podría postear cientos de fotos de los períodos más oscuros de mi vida. Podría, pero no. Porque nada de eso va a mostrar lo que es sufrir un desorden alimenticio. Nada va a mostrar las lágrimas, los gritos, la soledad, el dolor.»

 

 

Si tenés problemas con tu alimentación o conocés a alguien que necesite ayuda, podés comunicarte con Aluba al 2716 9425. Están en Jaime Zudañez 2508, departamento de Montevideo.

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