¿Por qué no me encuentran?

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Foto: Intendencia de Montevideo, Twitter. 

Por @Valecaredio

Se llevó a cabo la edición 22 de la Marcha del Silencio. Desde Rivera y Jackson miles de personas marchamos contra la impunidad que es «responsabilidad del Estado, ayer y hoy».

«¿Pasa por Jackson y Rivera?»: esa era la pregunta que en cada parada recibía el conductor del ómnibus. Poco a poco, se fue llenando de personas que iban a la marcha y que —quizá consciente o inconscientemente— ya practicaban ese silencio diferente que se vive en la marcha de cada 20 de mayo. «Próxima parada Jackson y Rivera», gritó el conductor y, prácticamente, todos los pasajeros se pararon para bajarse.

Eran las 18:20, todavía faltaban 40 minutos para comenzar. Pero, quizá mi ansiedad por llegar me permitió ver el antes, un momento igual de enriquecedor y conmovedor que el durante. Sobre el Monumento a los Desaparecidos reposaban todas las fotos de quienes hoy todavía no están, y alrededor de esas fotografías permanecían en silencio sus familiares, quienes hoy todavía no tienen respuestas.

Todavía no había comenzado la Marcha del Silencio pero a mi alrededor solo se escuchaba silencio y, de vez en cuando, un: «maní, maní» que rompía la atmósfera. Si bien faltaba mucho, a los que habíamos ido a marchar contra la impunidad ya nos costaba hablar. Nos estábamos preparando para esa hora y media de caminata en silencio, para ese silencio ensordecedor que nos estruja el alma.  

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Foto: Valentina Caredio

Las fotos comenzaron a moverse entre la multitud. La marcha estaba por comenzar y los familiares de desaparecidos se aplicaron en primera fila para dar inicio a la edición número 22 de la Marcha del Silencio.

No tolero el silencio, intento escapar de él. El silencio emite un sonido que me inquieta; pero el sonido del silencio de esta marcha es completamente diferente. Un silencio que emociona pero que a la vez llena de rabia. La piel estaba erizada, el corazón latía más rápido y el frío parecía olvidarse. Todos estábamos allí por un mismo motivo: para pedir explicaciones, para obtener respuestas y para que el Estado actúe. Y ese objetivo común nos conectaba a todos, nos hacía sentir parte de una misma lucha.

Es extraño escuchar la avenida 18 de Julio tan en silencio. Por varios minutos, 18 ya no era 18. Era el pasado. Nos trasladamos al momento en que todos esos desaparecidos estaban vivos. De vez en cuando, se escuchaban los ruidos de ciudad, esa ciudad que abandonamos para retrotraernos al pasado. Las sirenas, el ruido de los ómnibus no nos pertenecían, estaban en otro lado, pero de vez en cuando rompían con la atmósfera del pasado de cada 20 de mayo.

A lo lejos se escuchaba un altoparlante. No podía identificar que se decía. Los familiares de desaparecidos ya habían llegado a la Plaza de la Libertad, mientras que yo recién estaba vislumbrando la Intendencia. Luego del silencio, un aplauso caló fuerte mis oídos y llegó al corazón. Habían dado fin a un discurso que no llegué a escuchar, pero el sonido de los aplausos me hizo parte de esa proclama.

No sé cuánto demoró el sonido de los aplausos en medio del silencio, pero creo que fue eterno. Luego de que las palmas de todas las manos dejaron de chocar entre sí, comenzó el himno uruguayo. Las miles de personas cantaban, e incluso gritaban: «Tiranos, temblad». Y nuevamente, mi cuerpo experimentó una oleada de sentimientos; sin duda, el que más sobresalió fue el orgullo: por saber que hay miles de personas que queremos respuestas, que no queremos nunca más dictadura y, mucho menos, deseamos tener familiares desaparecidos. El olvido es el peor error del ser humano y todos los allí presentes queremos «Verdad. Justicia. Memoria. Y nunca más…»

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